Este artículo analiza los
orígenes del déficit público del Estado español (tanto central como
autonómico) que no se debe primordialmente al aumento del gasto público
sino a la reducción de impuestos que tuvo lugar en tiempos de bonanza,
durante la burbuja inmobiliaria, y que creó un déficit estructural que
apareció en toda su intensidad cuando la burbuja inmobiliaria explotó.
Los recortes de gasto público del gobierno Zapatero y ahora del gobierno
Rajoy están dificultando enormemente la recuperación económica y la
reducción del déficit.
Una de las características que España
comparte con los otros países intervenidos en la Eurozona (Grecia,
Portugal e Irlanda) es la pobreza de su Estado. Los ingresos al Estado
son de los más bajos de la UE-15, el grupo de países de la UE más
próximos a España por su nivel de riqueza. Cuando la crisis empezó,
representaban sólo el 34% del PIB (en Grecia el 37%, en Irlanda el 34% y
en Portugal el 39%. Como comparación, en Suecia representan el 54%).
Esta pobreza se basa (como también les ocurre a los otros países
intervenidos) en la escasa capacidad recaudatoria del Estado, que se
explica, en parte, por la gran regresividad de su política fiscal. Las
rentas del capital, por ejemplo, reciben un tratamiento muy distinto a
las rentas del trabajo. A las primeras se las trata mucho más
favorablemente que a las segundas. Esto implica que las personas que
derivan la mayoría de sus rentas de la posesión de capital pagan muchos
menos impuestos que los que derivan tales rentas del mundo del trabajo,
y que representan la gran mayoría de la ciudadanía. Ni que decir tiene
que hay argumentos (algunos válidos) para explicar tal diferencia, pero
toda la evidencia muestra que en España tal diferencial es excesivo, y
ello como resultado de que los poseedores de capital tienen mucha más
influencia sobre las instituciones políticas que los que derivan sus
rentas del trabajo. Ejemplos de ello hay múltiples. Veamos.
En los años de bonanza económica,
creada principalmente mediante la burbuja inmobiliaria, el Estado
español (que incluye el Estado central y las CCAA) redujo los impuestos
significativamente, sobre todo de las rentas del capital y de las rentas
superiores. Este descenso creó un déficit estructural que pasó
desapercibido porque los ingresos al Estado subieron espectacularmente,
resultado del elevado crecimiento económico y crecimiento de empleo.
Ahora bien, cuando la burbuja
inmobiliaria explotó (resultado de que la banca europea, principalmente
la alemana y la francesa – que había alimentado la burbuja inmobiliaria
española- dejó de prestar a la banca española, porque aquella, la banca
europea, estaba contaminada con productos tóxicos procedentes de la
banca norteamericana) apareció con toda su crudeza tal déficit
estructural del Estado, causado por aquellas reducciones de impuestos
(según el Fondo Monetario Internacional la mitad del déficit estructural
se debía a la rebaja de impuestos).
Pero, cuando el déficit apareció, en
lugar de anular las rebajas fiscales para recuperar los fondos del
Estado, éste (tanto central como autonómico) recortó el gasto público,
incluyendo el gasto público social, asumiendo que el crecimiento del
déficit del Estado se debía al excesivo tamaño de tal gasto público,
atribuyéndole, además, ser una de las causas de la crisis. Tal argumento
fue promovido extensamente a pesar de que la evidencia existente
claramente lo cuestiona. En realidad, el Estado español, cuando se
inició la crisis, estaba en superávit, y la deuda pública era de las más
bajas de la Eurozona. El crecimiento tan acentuado del déficit no se
debió a que se disparara el gasto público, sino a la bajada de impuestos
que había creado el déficit estructural, incrementada esta bajada por
la enorme disminución de la actividad económica y del empleo, puesto
que, al depender de una manera tan acentuada los ingresos al Estado de
las rentas del trabajo, el elevadísimo desempleo -que el estallido de la
burbuja produjo- se tradujo en una gran disminución de los ingresos al
Estado.
Ignorando estos hechos, la respuesta a
la crisis fue recortar el gasto público, sin tocar las causas
estructurales del déficit. Ejemplos de ello hay a miles. Se congelaron
las pensiones, intentando ahorrar 1.200 millones de euros, recorte que
hubiera sido innecesario si se hubiera mantenido el impuesto de
patrimonio (2.100 millones de euros) o se hubiera anulado la rebaja del
impuesto de sucesiones (2.552 millones) o se hubiera revertido el
descenso de impuestos a las personas que ingresan más de 120.000 euros
al año (2.500 millones).
Tras sus últimas propuestas, Rajoy intenta recortar todavía más, centrándose en los servicios públicos, incluyendo servicios i transferencias del Estado del Bienestar, 13.764 millones de euros en la reducción de los seguros de desempleo para, teóricamente, estimular a los parados a encontrar trabajo y 3.024 millones en los servicios de dependencia. Como ingresos al Estado propone recoger 22.104 millones en tres años (2.300 en el primer año, 10.134 en el segundo y 9.670 en el tercero) mediante el crecimiento del IVA. Pero como bien señala el sindicato de técnicos del Ministerio de Hacienda español, GESTHA, (cuyas estimaciones hasta ahora han sido las más creíbles), la recaudación será mucho menor. De cada 100 euros gastados, el Estado recoge 9,7 euros (frente al promedio de la UE-15, de 12,3). Esto quiere decir que España pierde 17.000 millones de euros al año por el fraude del IVA. Hubiera sido, por lo tanto, más efectivo corregir este déficit en lugar de aumentar el IVA, que afectará sobre todo a la demanda de las clases populares. Las consecuencias de estas políticas regresivas serán aumentar todavía más las desigualdades en España, uno de los países más desiguales de la Unión Europea.
Tras sus últimas propuestas, Rajoy intenta recortar todavía más, centrándose en los servicios públicos, incluyendo servicios i transferencias del Estado del Bienestar, 13.764 millones de euros en la reducción de los seguros de desempleo para, teóricamente, estimular a los parados a encontrar trabajo y 3.024 millones en los servicios de dependencia. Como ingresos al Estado propone recoger 22.104 millones en tres años (2.300 en el primer año, 10.134 en el segundo y 9.670 en el tercero) mediante el crecimiento del IVA. Pero como bien señala el sindicato de técnicos del Ministerio de Hacienda español, GESTHA, (cuyas estimaciones hasta ahora han sido las más creíbles), la recaudación será mucho menor. De cada 100 euros gastados, el Estado recoge 9,7 euros (frente al promedio de la UE-15, de 12,3). Esto quiere decir que España pierde 17.000 millones de euros al año por el fraude del IVA. Hubiera sido, por lo tanto, más efectivo corregir este déficit en lugar de aumentar el IVA, que afectará sobre todo a la demanda de las clases populares. Las consecuencias de estas políticas regresivas serán aumentar todavía más las desigualdades en España, uno de los países más desiguales de la Unión Europea.
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