Engañados, humillados, perplejos, asustados, traicionados, los
trabajadores se enfrentan a su jefe desenmascarado ante las indiscretas
cámaras de la televisión. La broma ha terminado y los espectadores,
cómplices de la ignominiosa farsa, aplauden y ríen ante el engaño y
observan como los esclavos se humillan ante la autoridad que les ha
embromado, el “jefe infiltrado” se ha hecho pasar por uno de ellos y ha
compartido su trabajo, que no su sueldo ni sus desvelos, durante unos
días. Se supone que la experiencia habrá servido al jefe para comprender
mejor las condiciones de trabajo y el estado de ánimo de sus empleados,
habrá escuchado, como un compañero más, sus críticas y sus resabios y
se habrá partido de risa con los suyos al término de su falsa jornada
laboral. Su hilaridad habrá alcanzado el tope cuando uno de sus
asalariados se atreva a despedirle de su propio negocio por no rendir lo
suficiente o no comulgar con la “filosofía” de la empresa. La
“filosofía empresarial” (¿?) de un fabricante de pizzas o de comida
rápida que paga sueldos de miseria y quiere a cambio algo más que el
estricto cumplimiento de las obligaciones laborales, quiere entusiasmo,
entrega, sumisión incondicional del siervo ante el puto amo del cotarro
del que depende su precaria supervivencia.
¡Reíd, imbéciles! Burlaos de vuestros probables compañeros de
infortunio, pero a partir de ahora, mirad por el rabillo del ojo, no
vaya a ser que el falso compañero, recién contratado (lo cual ya resulta
sospechoso en los tiempos que corren) sea un jefe traidor que se está
burlando de vosotros y compartiendo sus burlas con miles de
espectadores. ¡Reíd idiotas! a mandíbula batiente al ver la cara que se
les queda a los embromados cuando el taimado jefe les recibe en su
despacho y descubre el pastel. Ese es el momento álgido del programa.
Ante las cámaras vigilantes, el jefe espía mostrará su mejor cara y
otorgará su perdón y su indulgencia a los réprobos que se mostrarán
arrepentidos y dispuestos a enmendarse. Especial bochorno cuando el amo
ofrece a uno de sus siervos más díscolos un viaje a Canarias que este
cambia por Benidorm porque su esposa tiene miedo al avión, cambio
concedido por el generoso y melifluo patrón que perdona los agravios e
ignora las ofensas.
Solo una vez se asomó la risa a mis labios visionando este engendro
abominable y fue cuando el jefe de una empresa de recogida de basuras
está al borde del vómito y del desmayo cuando tiene que seleccionar a
mano desechos orgánicos. Uno de los momentos más indignantes de este
programa indigno fue cuando un capo infiltrado sermoneó a un empleado
por su falta de entusiasmo a la hora de promocionar su empresa
disfrazado de pizza humana en una plaza pública. El jefe, igualmente
disfrazado, afirma sentirse orgulloso del disfraz. El mismo jefe ya
había recriminado antes a su repartidor por no respetar los límites de
velocidad y las señales de tráfico durante el reparto. “Si no lo hago
-aducía el motorista- no puedo cumplir con el horario de reparto al que
la empresa me obliga…”.
Anécdotas inicuas que contradicen la “filosofía” de la Sexta, que
suele marchar por otros derroteros. Escenas parecidas en cuanto a
humillación y público escarnio se refiere a las que se producen todas
las semanas en Pesadilla en la cocina, aunque en este caso se
realicen con el beneplácito de los humillados que acaban prosternándose
ante el ogro Chicote y pidiendo perdón por todas sus culpas anteriores
prometiendo enmendarse en el futuro para conservar sus puestos de
trabajo y garantizar la supervivencia del negocio.
Infíltrense, si pueden, en los partidos políticos y en los consejos
de administración, en las cúpulas bancarias y en las sentinas
financieras, no humillen a los humillados, no ofendan a los ofendidos,
no se burlen si no quieren ser burlados.
MONCHO ALPUENTE, Publico.es
MONCHO ALPUENTE, Publico.es
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