Estamos
ante una cruda batalla. Los países de la U.E. se afanan en ser un nuevo polo de potencia
en la contienda mundial, capaz de competir desde dimensiones continentales
frente al reto que significa el imperialismo asiático. La fábrica del mundo.
Para
materializar este reto se dejan jirones de soberanía nacional, entre
resistencias y malas caras, al Gobierno de la Unión. La conformación
del Imperio Europeo necesita centralización. En esa línea, la decisiones
políticas de calado hace tiempo que se toman en Bruselas y Fráncfort. En carta
remitida por el gobernador del BCE (Trichet) en 2011 al gobierno de Zapatero,
indicaba las medidas para combatir la deuda. Se observa con claridad quién
dicta las reglas.
La
noticia aireada por el ministro Luis De Guindos de que España no necesitaba
ayudas para la banca, anticipo de una parcial mejoría, ha provocado una alegría
exacerbada en el Ejecutivo, que rápidamente ha sofocado la Comisión Europea
pidiendo al gobierno español un ajuste de cuentas de 5000 millones de € en
2014, clara y evidente señal de que la crisis de la deuda todavía no está
saldada.
Sin
embargo, la evolución de la economía española, aunque indique una tímida
recuperación, provoca entusiasmo. El PIB crece con debilidad. Las grandes
empresas reducen su endeudamiento y vuelven a aumentar sus beneficios. Las
exportaciones vuelan; pero las cuentas no cuadran. El golpe recibido desde el
inicio de la crisis ha sido demoledor, causando una pérdida de 7,5 puntos de
PIB y de un 19% en la ocupación. Las consecuencias sobre las familias han sido
y son dramáticas. Entre recortes, congelación e inflación nuestra clase ha
perdido más de una sexta parte de sus ingresos; mientras, el paro golpea a más
de seis millones de personas.
El
futuro es incierto: ya se habla de una recuperación económica sin que merme el
paro. La reducción del coste del trabajo, gracias a las reformas aprobadas, es
uno de los pilares de la nueva situación, afirma tajantemente el ministro De Guindos.
Cínicamente,
Rajoy y su Ejecutivo agradecen el esfuerzo realizado y para demostrarlo,
preparan nuevas medidas: aumento de la
flexibilidad para los contratos a tiempo parcial, “medidas de segunda
generación” para los convenios colectivos, así como limitaciones de la libertad
de huelga.
Estamos
ante una cruda batalla y, como todas, deja muertos y heridos. Por más duro y
cruel que parezca, no deja de ser real. El imperialismo europeo da su batalla
en el frente de la productividad, junto a la reducción salarial. Nuestra clase
en Europa responde de forma dispersa y débilmente, como demuestra la dispersión
del salario mínimo.
Los
trabajadores no evitarán que el precio de la crisis caiga totalmente sobre sus
espaldas apelando al parlamentarismo, o con movimientos soberanistas. Las
consecuencias en el Estado Español y en toda la Unión son las mismas:
grandes presiones para continuar con la reestructuración europea. Y en esa línea,
todo grupo político que esté en el gobierno tendrá el camino marcado. La soberanía toca a su fin. Nuestra
clase tiene que tener claro lo que se nos viene encima. Ante esta situación, no
hay tiempo ni campo para las ilusiones.
Sólo se podrá hacer con una política de
clase, autónoma, oponiéndose al imperialismo europeo y a su política contra
derechos y salarios. Con la unidad internacionalista. Ésta es una de las claves.
Círculos
Internacionalistas de Zaragoza
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