Agustín Moreno *

La movilización ha sido tan intensa que
ha habido días en los que era necesario elegir a qué manifestación
acudir. Se exige un buen estado de forma para andar todo el día en la
calle. En Madrid, por ejemplo, el trayecto Neptuno-Cibeles-Sol tiene
metafóricas marcas de las manifestaciones continuas de los diferentes
sectores y de todos ellos juntos. Muchísimas de ellas acaban en Sol,
hasta el punto de que representantes del Gobierno han llegado a
plantearse prohibirlas y sembrar la plaza de terrazas, para impedir que
la protesta arribe en el corazón del país.
Las causas de esta gran agitación social son claras: la enorme crisis
económica, social y política que estamos viviendo; y un gobierno
despótico interesado en aplicar una durísima política neoliberal de
recortes sociales, de desmantelamiento y privatización de lo público.
Los ingredientes que nutren las movilizaciones son: una agresión social,
un alto nivel de indignación, núcleos organizativos que preparan la
lucha (sindicatos, pero solo en parte) y una amplia participación de las
bases. Aparecen como constantes la defensa de lo público, del empleo y
de los derechos adquiridos y fundamentales.
Pero los ataques no cesan. Y el gobierno no negocia. Se utiliza una
táctica de guerra total: no se ha empezado a contestar a un ataque
cuando surgen nuevas columna de humo alrededor. Pretenden desconcertar a
los agredidos, sabiendo que cuando los golpes son de uno en uno, se
intentan devolver, pero que cuando son múltiples, la reacción puede ser
encogerse o salir corriendo. Pero también puede ser elevando el nivel
de la contestación.
Y esa es la clave. Porque hay muchos ministros quemados, a los que se pide la dimisión con poderosos argumentos: Wert, Gallardón, Báñez… y hasta es probable que Rajoy
los sacrifique, a corto plazo, para perder un lastre que lleva al
cuello y le arrastra aún más hacia las simas del deterioro. Pero hay una
reflexión a hacer: no podemos estar pidiendo cada día la dimisión de un
ministro, cuando el máximo responsable de lo que está pasando es Rajoy.
Por ello, está llegando el momento de pedir la dimisión de todo el
Gobierno. Por su incompetencia, por su agresividad hacia las capas
populares, porque está empobreciendo a este país, y expropiando a sus
ciudadanos de derechos y servicios públicos básicos. Porque si nos
dejamos, acabaremos haciendo como en Grecia: enajenar el país, su
patrimonio, sacándolo a la venta.
Es muy llamativa su brutalidad en el ajuste, la total ausencia de
negociación, el uso de maniobras y personajes de distracción (tipo Wert)
sobre los problemas reales. Como si estuvieran practicando una política
de tierra quemada, para luego quitarse de en medio entregando el poder a
la troika a través de un gobierno técnico tras el rescate, si no fuera
posible uno de “concentración nacional”.
Este gobierno está deslegitimado por varias razones: gobierna en
contra de la mayoría de la población, hace lo contrario de sus
compromisos electorales, se niega a someter a consulta ciudadana los
recortes y renuncia a mejorar en el futuro. El año 2013 apunta todavía
peor, con un presupuesto más restrictivo, con más ajustes, superando una
nueva y terrible barrera de 6 millones de parados. Con situaciones tan
absurdas y dramáticas como que pagamos sólo de intereses de la deuda
38.590 millones de €, más de lo que dedicamos a prestaciones al
desempleo.
Y el régimen bipartidista de la restauración borbónica de 1975 está
agotado. Padecemos lo que hace el PP, conocemos lo que ha hecho el PSOE.
Éste, en vez de cambiar y renovarse, anda tocando la lira mientras el
país arde, atrapado en las rutinas burocráticas de su aparato y fiándolo
todo a una oposición mellada.
Seguramente estamos en vísperas de un estallido social. Pero nos pasa
como a los sismólogos cuando ven que hay dos placas que están entrando
en colisión, que saben que se va a producir un choque, un terremoto o
tsunami, pero no cuándo va a ser exactamente. Puede ser en años, meses o
días. Puede ser por cualquier motivo o desgracia, un desahucio con
resultado de muerte, una manifestación reprimida brutalmente, nadie lo
sabe. Pero es evidente que las cosas se están calentando, que personas
superpacíficas verbalizan su inmensa indignación, que el gobierno sigue
con su voluntad de seguir acabando con todos los derechos y no le gusta
que le protesten, quedándole únicamente la vía represiva. El
encarcelamiento del joven vallecano Alfon Fernández es muy significativo de cómo toma el poder rehenes para intimidar a los que protestan. Es muy inquietante la nota de prensa del Sindicato Unificado de Policía que preguntaba “Señor
ministro, ¿está usted y su Gobierno buscando un muerto en España, sea
ciudadano o policía, que distraiga la atención y justifique actuaciones
futuras de más contundencia hacia quienes se manifiestan contra su
Gobierno?”
Sólo el pueblo puede cambiar las cosas, movilizado en la calle,
exigiendo la caída de un gobierno incapaz, pidiendo elecciones
generales, planteando un proyecto de regeneración democrática,
constituyente. Recuperando la ciudadanía el valor de la política. Nos
falta ser capaces de organizar una alternativa política plural que asuma
el papel histórico de salvar a este país del inmenso saqueo que está
padeciendo y le devuelva la esperanza en sí mismo y en el futuro. Nos
falta que las mareas pasen a ser revoluciones de colores. Las personas
ya estamos en la calle todos los días, sólo nos falta un tranvía en la
Puerta del Sol, para subirnos a él.
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