La guerra ha empezado, de un lado los ejércitos bien alineados y pertrechados del capitalismo, con los uniformes relucientes y con ganas de dar la penúltima estocada al enemigo. Del otro la clase obrera, sin zapatos, muy numerosa pero sin convencimiento de la victoria, sin organización y con escasas armas para combatir. Entre sus filas se pueden ver pequeños grupos organizados llamando al orden y combatiendo el desánimo, pero la mayoría muda ahoga sus gritos.
En medio de los dos grandes ejércitos, los sindicatos. Tradicionales aliados del ejercito de trabajadores y trabajadoras, todos saben que solo con su apoyo puede haber alguna esperanza, pero algo pasa. Sus generales, algo gordos y acomodados, ya no están acostumbrados al fragor de la batalla, tienen miedo, no saben qué hacer. Pasan revista a sus tropas y encuentran que sus armas están oxidadas y deterioradas, esas mismas armas que tiempos atrás sujetadas por valerosas personas habían cosechado victorias importantes; Demasiado tiempo sin usarlas, piensa uno. No podemos hacer nada, debemos negociar la rendición, exclama el otro.
Entre la multitud, un veterano curtido en mil batallas se sumerge en sus pensamientos, y recuerda que ya hace mucho tiempo que cayó el último muro defensivo que les protegía, nada sería igual si el muro todavía se encontrara en pie.
Los ojos de los capitalistas están ensangrentados de ira, quieran a sus presas y las quieren ya. En las primeras filas de este ejercito diabólico, sus fuerzas de elite empiezan a avanzar, banqueros y especuladores corren a dar su golpe mortal. Las empresas de comunicación continúan con su constante bombardeo buscando debilitar a los escasos grupos que pueden plantar cara. Pero de estos grupos hay uno formado por valerosas mujeres y hombres, dispuestos a que la famélica legión se ponga en pie y haga tronar la verdad en marcha.
La batalla está lanzada, todo depende de gente como tú.
Articulo escrito por: Fernando Ibañez. (Sº Movimiento Obrero PCA/PCE)
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